La luna se sentó en el horizonte. No quería moverse pues todos la admiraban. Su vanidad la llevó a permanecer más tiempo de lo natural.

El océano se sintió atraído y el agua se retiró de la costa. Los peces, y otros animales de aguas poco profundas, quedaron al descubierto, asfixiándose en el aire.

Los visitantes que contemplaban al gran satélite corrieron hacia un sitio más alto.

La gran blanca gris reaccionó ante la pérdida de la audiencia. Aunque le quedaba esa gran masa de agua salada embobada, que, queriendo tocarla, no dejaba de intentar acercársele.

–Estar fundida con el horizonte es una ilusión óptica, nunca me alcanzarás –dijo la Luna, pero el océano no pareció escucharla.

Si se regresaba de inmediato a su lugar en el espacio, causaría un desastre tan pronto perdiera la atención de su principal admirador, hipnotizado por su brillo. Llamó entonces a las fuerzas del viento y las nubes se juntaron frente a ella. Poco a poco el océano cedió ante lo imposible y desde entonces se conformó con albergar el reflejo de la luna en su superficie.


Categorías: Microrrelato

2 Comentarios

Ayeza · febrero 1, 2021 en 11:41 AM

La narrativa muy fresca, invita a seguir leyendo el contenido, su lenguaje sencillo fácil de entender, desperto la curiosidad de saber como se desarrolla trama, me encanto

Adriana Ramírez · febrero 2, 2021 en 8:03 AM

Precioso el texto.

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