Cualquier intento de escapar de la Isla Injusticia terminaba con cuerpos desmembrados. No a manos de los reclusos, sino por la fuerza de la naturaleza; la fuerza de las devastadoras olas altas que golpeaban los límites rocosos y sin orillas. Un lugar donde solo un helicóptero pilotado por un experto podría aterrizar contra constantes ráfagas de viento.

La prisión abierta era autosuficiente, energizada por el poder del viento, las olas y el sol. Gracias a la desalinización, trampas de niebla y colectores de lluvia, el agua siempre estaba disponible. Los presos se ocupaban de los cultivos y las cosechas, y de cualquier faena para asegurar su supervivencia. En teoría, un paraíso de sostenibilidad. Sin embargo, esta era una fachada.

Solo los criminales más retorcidos, con sentencia de muerte, eran llevados a la Isla luego de que se registrara su fingida ejecución.

Toda la isla estaba constantemente vigilada. Había cámaras ocultas por todas partes, en cada habitación, en cada edificio, en cada árbol, incluso en las letrinas.

A los nuevos habitantes, se les hacía pasar por procesos similares, con pequeñas variaciones según sus crímenes y la utilidad que les darían.

—¿Por qué estoy aquí? ¿Qué es este lugar? —preguntó un nuevo recluso una vez que le quitaron la bolsa de tela negra de la cabeza, en una habitación iluminada, con olor a cloro. Parpadeó, tratando de adaptar sus ojos a la luz.

—Estás aquí para ser útil, número Cincuenta-y-dos, —dijo el médico.

—Mi nombre es Roger White, El Cocinero para ti. No soy un número —dijo con un tono altanero.

—No podría importarme menos, Cincuenta-y-dos.

—Si no estuviera atado a esta mesa, te mataría y te volvería mi almuerzo, o tal vez simplemente te mataría. Prefiero la carne más joven, mucho más joven e infantil. —Él sonrió de medio lado, con malicia.

—Eres repugnante, pero obtendrás lo que mereces. La muerte iba a ser demasiado amable para alguien como tú. Si las familias de tus víctimas supieran tu paradero, estarían encantados por lo que haremos contigo.

El médico anestesió al prisionero y le dio el paquete de bienvenida: castración quirúrgica, un implante para medir sus signos vitales con localizador y un collar para controlarlo mediante descargas eléctricas; imposible de quitar sin una llave especial guardada en La Torre. Cualquier intento de remoción haría que se activara un mecanismo ocasionando una lesión en la médula espinal cervical.

A La Torre, donde estaba el helipuerto, solo se podía acceder por aire o mediante un ascensor blindado que se usaba para transportar a los sujetos al suelo o subirlos a los laboratorios. Las herramientas y la medicina se les hacía llegar por drones, y cuando era necesario, los drones francotiradores estaban disponibles para acabar con altercados e intentos de escape. Cuando había muertes, por las razones que fueran, los sobrevivientes llevaban al fallecido hasta el ascensor y los de La Torre se encargaban.

Tras su llegada, los presos eran monitoreados localmente y también a distancia desde el extranjero. Aunque eran ratas de laboratorio, algunos de ellos se alinearon con la visión y la misión, y ayudaban con la disciplina entre los reclusos, como una forma de expiar sus culpas y para tratar de lograr algún beneficio. Las grandes compañías farmacéuticas y algunos gobiernos cofinanciaron el proyecto, respaldado por organizaciones internacionales.

—Feliz despertar, Lord El Cocinero, —dijo el doctor, burlándose.

—¿Qué diablos me hiciste, maldito?

—No me gusta que la gente maldiga. —El doctor tocó un panel, en consecuencia, El Cocinero tensó todos sus músculos, apretó los dientes y gruñó.

—Hijo de…

—¡Eh! ¡Eh! Sin vulgaridades, a menos que quieras otra descarga.

El Cocinero se mordió el labio inferior y frunció el ceño mientras trataba de liberarse.

—No te molestes. Ni el hombre más fuerte lo ha logrado. Guarda tus energías para tu recuperación. Comenzarás a sentir algo de dolor una vez se te pase el efecto de los analgésicos, pero recibirás otra dosis si es necesario.

—¡Espera! ¿Qué? ¿Por qué?

—Digamos que tus gemelos ya no están ahí colgados. Solo unos pocos elegidos conservan sus joyas, tú no eres uno de ellos.

El hombre estalló en un ataque de ira, por lo que el médico le dio un sedante por vía intravenosa. Una vez recuperado, Cincuenta-y-dos se unió a trabajar con los demás reclusos que compartirían el mismo destino. En su caso, como portador del VIH, siguió recibiendo sus antiretrovirales, pero de primera mano conocería los efectos de probar interacciones con diversos medicamentos en él. Su cuerpo ya no era suyo. Su tiempo, tampoco.

El plan era eliminar a los individuos en diez años, a menos que los científicos encontraran más utilidad para el sujeto. Muchos sucumbirían antes, debido a las pruebas y a desagradables efectos adversos severos. Cientos llegarían y cientos se convertirían en cenizas después de Cincuenta-y-dos.

El programa piloto en la Isla Injusticia fue todo un éxito. Los resultados hablaron por sí mismos frente a los mecenas. Los experimentos en humanos habían permitido un avance acelerado en el desarrollo de fármacos, acortando los plazos de lanzamiento comercial, a la par de hacerlos más seguros para los pacientes. Esto era parte del proyecto secreto «Los derechos humanos legítimos».

Mientras actuaban en las sombras, los encargados de la estrategia de comunicación pública, ganaron terreno para que la mayoría aceptara que era razonable perder los derechos humanos cuando los de otros eran vulnerados. Propagaron la sensación de justicia, de hacer valer los impuestos y no sostener de gratis a los monstruos convictos. Entre los crímenes que calificaban estaban: la violación, la pederastia, asesinatos con malicia y algunos casos de corrupción. A quienes perdían los derechos, comenzaron a llamarlos inhus (corto para inhumanus).

Para cuando Cincuenta-y-Dos no era más que un cuerpo disecado para estudiar los efectos de años de medicamentos experimentales, se promulgaron los derechos humanos legítimos. Desde entonces, ya no fue necesario simular la muerte de alguien condenado a la pena capital. Pues bastaba con que, luego del juicio, se declarara a un acusado como inhu para que formara parte del inventario de los grandes laboratorios.

La industria farmacéutica amasó poder vertiginosamente, sin parangón con el pasado. No había vuelta atrás. Un país tras otro se sumó a la iniciativa, la rentabilidad era inmensa gracias a esta especie de mercado de cobayas inhus que se formó.

Eventualmente, Isla Injusticia salió del anonimato sin exponer su origen secreto. Sin embargo, existió el rumor de su existencia antes de eso, pero las incontables teorías desacertadas fueron obviadas. El mundo la conoció como un sitio nuevo e innovador al que se llevarían a los inhus más peligrosos.

Si bien muchos cuestionaron si era correcto este trato a criminales, la mayoría asumió que, a fin de cuentas, la justicia o la injusticia era un asunto de convenciones.

Lunyzbreid López, mayo de 2023

(Versión original: abril de 2022)

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Avisame si te parece interesante el tema como para escribir otra historia basada en Isla Injusticia (me han surgido otras ideas mientras escribía este relato).
Categorías: Relato corto

10 Comentarios

JB · abril 26, 2022 en 5:04 PM

Excelente intro para un relato más largo que complemente el arco de la historia… Y por gusto propio le metería una AI avanzada con NN que controlaria los recursos de la isla como la desalinadora y la generacion de energía, que la pondria en una isla volcánica para tener energía geotérmica ilimitada.

    lunyzwrites · abril 28, 2022 en 10:13 PM

    Gracias por tu comentario JB. Voy a tomar en cuenta tu idea si extiendo el relato.

Estefanía Acosta · abril 28, 2022 en 8:39 PM

Sí, exacto, coincido con la observación de JB. Podría ser un punto de partida para una historia más larga… ¿No podría alguno «escapar» de la Isla Injusticia para revelar su existencia? O… ¿no la descubrirían algunos de los familiares/amigos de los prisioneros supuestamente ejecutados? O… ¿algún «problema de conciencia» en alguno de los empleados de la prisión que lo llevara a divulgarlo todo? En fin…
Muy buen relato, felicidades!

    lunyzwrites · abril 28, 2022 en 10:11 PM

    Muchas gracias por tu comentario y los planteamientos. Estoy de acuerdo en que el tema da para más, por eso quería saber si servía de abreboca para contemplar un relato más extenso con otras ideas que me nacieron a partir de este relato breve. Tal vez incluso una novela distópica corta.

Dascardu · agosto 5, 2022 en 1:30 PM

Si, podría ser para una historia mas larga. Mas allá de los derechos sería interesante como el reo puede ejecutar su venganza por lo hecho en sus gemelos. recuerdo que estos presidios, quedan obsoletos cuando alguien los vulnera.

    lunyzwrites · agosto 5, 2022 en 2:55 PM

    Muchas gracias por tu opinión y por leer el relato, Dascardu. La cuestión podría ser que intente luchar contra el sistema en la distopía, independientemente de la atrocidad de sus crímenes, consideraré lo que dices. Gracias.

Edson Pech · agosto 14, 2022 en 8:43 AM

Es muy bueno, concuerdo con los demás en qué serían buenos unos capítulos más.

    lunyzwrites · agosto 14, 2022 en 9:19 AM

    Muchas gracias por tu opinión, Edson. Me alegro que te haya gustado. Definitivamente haré algo más extenso.

Ayeza · mayo 13, 2023 en 4:35 PM

Me encantó porque me atrapó desde el inicio pensé que era de varios capítulos, coincido con los comentarios, debes hacerlo más extensa dándole más vida a los personajes. Felicitaciones

Mauricio Ozaeta · mayo 16, 2023 en 10:18 AM

Si conocieras a buenos productores de cine, se podría convertir en una película muy taquillera. Se trata de un género muy apreciado por los cinéfilos. Y si el argumento, la trama y el diálogo es bueno, éxito garantizado (y por supuesto un buen casting). Al irlo leyendo yo lo imaginaba todo como viéndolo en el cine, lo iba representando en la pantalla grande (en mi mente).

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