Se encontró atrapada en un cuerpo que no podía reconocer. Mirar sus manos arrugadas y manchadas fue una experiencia inquietante. Sus ojos se llenaron de lágrimas, tratando de entender lo que había sucedido. Joana se puso de pie y se dio cuenta de que sus piernas no eran fuertes y le dolía caminar, pero aun así fue al espejo más cercano.

El reflejo fue inesperado. En su cabeza tenía veinte años. Una joven madre de dos, que vivía en una casa de campo donde cuidaba las cabras, el conuco y los niños. Nunca aprendió a leer, pero fue lo suficientemente inteligente como para contar el dinero y comprender la geometría de las comidas: una arepa bien redonda, las tajadas perfectas de plátano maduro, los platos sabrosos y bien presentados. La casa estaba hecha de troncos cortados y pegados con barro, el techo igual pero por encima cubierto con palmas, y el piso era de tierra comprimida, que siempre estaba milagrosamente limpio.

–¿Por qué soy así? –dijo Joana mientras se tocaba el rostro, validando que era el de ella.

Cuando miró a su nieta, pareció conocerla, pero no fue así. Durante un rato siguió frotándose la cara y los brazos, sintiendo la falta de elasticidad, la piel flácida, la sequedad. Una lágrima rodó por su mejilla, pero eso fue todo. Tan pronto como se centró en mirarse a los ojos en el espejo, se vio a sí misma dentro de ese cuerpo.

Seguía siendo la misma persona, la esencia. El envase no era importante. Ella sonrió y miró hacia abajo, concentrada en sus recuerdos, conectando el pasado con el presente.

Joana no pensaba en los recuerdos que había perdido, sino en los que aún conservaba. Las personas que la rodeaban no podían entender qué había dentro de ella o por qué en algún momento dejó de interactuar con ellos. Lo atribuyeron a la demencia.

La mayoría de las personas de su edad pierden la capacidad de cuidarse a sí mismas. Ese no era el caso. Ella era autosuficiente, pero eligió luchar sola contra el olvido, manteniendo las piezas del rompecabezas juntas, viviendo una vida que tenía sentido para ella, un mundo interior. Se veía feliz, una dama sonriente. Incluso cuando se sentía desconectada, su voluntad era más fuerte que los agujeros en su memoria. De alguna manera, Joana reconstruyó su universo interior cada minuto, sin ansiedad. Ella había vencido la enfermedad al no prestar atención a sus pérdidas.

Cuando murió Joana, una enfermera les entregó una grabación a sus familiares.

“Queridos míos, estoy grabando esto mientras estoy conectada al tiempo presente de nuestra dimensión compartida. Quiero que comprendan que todos seguimos siendo la misma persona, incluso cuando el dolor físico se apodera de vez en cuando, o te vuelves incapaz de hacer una tarea o te vuelves más arrugado que una pasa. Pueden ganar la lucha contra la decadencia, pero deben confiar en ustedes mismos. Eres el mismo niño o niña que jugó con tus amigos, el mismo adolescente que se enamoró, el mismo adulto que aprendió de sus errores. Envejeces por fuera, no por dentro, pero es tu elección. Por dentro, deberías ser el mismo pero más sabio. No creas que la vida se acaba cuando te conviertes en un anciano, solo si lo crees «.

Categorías: Microrrelato

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