Me sentía sola y aburrida. Mientras me ponía al día con lo que publicaban mis amigos en Facebook, me topé con publicidad de una app para encontrar pareja. Ofrecía una conexión sin igual y me dio curiosidad. La instalé y cargué todos mis datos (mi CV romántico). Ese mismo día varios tocaron a mi puerta virtual. Solo uno me interesó. Hablábamos y nos veíamos a través del App.
Una semana después me sentí confiada para proponer vernos en persona, pero previo a eso quise volver a revisar su perfil. Al hacerlo, descubrí que había mucha más información que antes, y se relacionaba con nuestros temas de conversación, era como si hubiera tomado apuntes de lo que dijimos. Me molesté, no sabía qué pensar.
Entré a mi perfil, estaba tentada a eliminarlo, pero entonces noté que había una actualización que yo no hice y revisé a fondo. Mi perfil también estaba como el suyo: lleno de notas de nuestros encuentros virtuales y con imágenes de cada día cuándo hablamos. Tal vez estaba advertido en los términos y condiciones que acepté sin leer. Me preocupé y lo contacté, estaba online en la App. Él también se sorprendió al ver su perfil y el mío.
Acordamos desinstalar la app fisgona, pero antes fijamos lugar, fecha y hora para encontrarnos e intercambiamos direcciones de e-mails. Cuando terminamos de hablar me dispuse a desinstalar la app. Al presionar «desinstalar» la cámara y la luz led se activaron en modo “selfie”, en blanco y negro. No había manera de interrumpir lo que hacía el teléfono. «Se colgó, lo voy a apagar», pensé. Tampoco era posible apagarlo. Sin darme cuenta estaba perdiendo mis colores, mientras se coloreaba mi imagen en pantalla. De repente, me vi a mi misma sosteniendo el teléfono, cada vez más pálida, volviéndome traslúcida. Al voltear lo vi a él, nos quedamos sin palabras.
Si estás leyendo esto es porque la app se instaló en tu móvil o la computadora, tal vez sin darte cuenta. ¡Bienvenidos!
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