La literatura infantil es la puerta para amar la lectura y para darse cuenta de que se puede aprender mucho por cuenta propia. Para tratar este tema tan interesante, nos acompañó David Higuera. Él es escritor de literatura infantil y juvenil, con muchos años de experiencia en el mundo editorial.
En esta ocasión, la imagen aleatoria fue la de una chica saltando. Los relatos que encuentras aquí son el resultado de la germinación de esa semilla. Puedes ver el episodio haciendo click aquí: «Hablemos de Literatura Infantil».
El sueño de Violeta
Violeta estaba muy entusiasmada, porque iba para la reserva de los chigüiros, eso la alegraba tanto, que iba dando grandes saltos, además el entusiasmo que le producía estar en el festival del cuatro llanero, se debía a que siempre soñó con hacer parte de esta bella obra teatral, como la primera mujer cuatrera, el personaje principal de la historia.
En este festival los caballos son adornados con armaduras coloridas, parecen seres mitológicos. Por eso ese año Violeta había cambiado de color su cabello, ahora era morado, ella quería que todos vieran una hermosa trenza tejida en color morado, mientras cabalgaba. Ese año sería parte de la obra principal del festival.
El rebote de Elena
No me puedo detener. Desde ayer, cada vez que piso la tierra, mi cuerpo salta. Es como si tuviera resortes en los pies, como si caminara sobre un trampolín. No sé si por suerte o por mala suerte, solo los pies me hacen rebotar.
Cuando pasó por primera vez, estaba caminando por los pasillos del colegio y me di un cabezazo contra el techo, y al caer al suelo, apoyé un pie que me disparó hacia adelante y quedé tirada sobre las frías baldosas.
—Elena, ¿estás bien? —dijo mi mejor amiga, Karina, tan pronto me alcanzó luego de haber dado una carrera tras de mí.
—Sí, pero no sé qué pasó.
Levanté la cabeza y Karina se quedó viéndome a la cara, con los labios apretados y las cejas levantadas.
—¿Qué? ¿Qué tengo? —pregunté.
—Te sangra la nariz y tienes la mejilla roja con un raspón.
—Era de esperarse, arrastré mi cara contra el suelo.
Antes de poderme levantar, quedamos rodeadas por otros alumnos, el bedel, algunos maestros y la directora. Justo pasó cuando sonó el timbre para salir al receso.
Me quité los zapatos, pensando que podían ser la causa, pero me equivoqué, porque apenas intenté poner de pie volví a saltar. Por fortuna, Karina y otros me sujetaron.
Para que no me vieran raro, dije que se me había doblado un tobillo y que por eso me caí y no podía apoyar el pie.
—No te preocupes, Elena. Te llevamos cargada a la enfermería —dijo una maestra quien instruyó a dos compañeros para que me cargaran entre ellos.
Mi madre me fue a buscar.
La enfermera dijo que mi pie estaba bien, que no pudo ser la razón de mi caída. Se pusieron imaginativas, pensando en las causas, pero no llegaron a nada y me dieron de alta.
—¿Puedes intentar caminar? —preguntó mi madre.
—Mejor que no, es que siento los pies como si estuvieran flojos.
La enfermera alzó una ceja y torció la boca. Aun así, al final, las convencí de que necesitaba una silla de ruedas y nos la prestaron.
Como insistía en no querer caminar en casa, tuve que contar la verdad. Era claro que mis padres sabían que ocultaba algo.
Para mi sorpresa, los dos se destornillaron de la risa, y, cuando volvieron a respirar normal, empezaron a rebotar frente a mí.
No entiendo por qué me lo ocultaron, pero después de unos días, aprendí a controlar el rebote. Ahora cuando se me hace tarde para el colegio, me voy saltando y llego a tiempo.
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