Édixon Ochoa es historiador y una persona polifacética, junto a él grabamos el episodio «Hablemos de Novela Histórica«. Como parte de este encuentro hicimos el ejercicio creativo, la imagen aleatoria fue la de un paisaje congelado. Aquí puedes leer la versión final de los relatos que escribimos durante la sesión que tuvimos.
Después de la guerra, el hambre
(Édixon Ochoa)
Extrañamente, el invierno se adelantó a diferencia de años anteriores y fue cruento como jamás lo había sido en épocas anteriores. El frío era insoportable. Las cosechas quedaron arruinadas. Previamente, las fuertes lluvias hicieron lo suyo.
–Franz, debemos procurar nuestro alimento, los niños perecerán.
–Helga, todo escasea. Los granos, el pan… Creo que es tiempo de irnos. Tal vez en Nápoles podamos aliviar nuestra carestía.
Así fue como emprendimos la marcha desde Zurich hasta Nápoles, no sin apercibirnos de las provisiones necesarias, lo que escasamente pudimos conseguir. Felizmente, en aquella ciudad logramos hallar cobijo gracias a un buen hermano que cultivaba hortalizas.
Las guerras napoleónicas habían concluido, el Congreso de Viena implantó un nuevo orden en Europa. No nos habíamos recuperado de aquellas guerras cuando sobrevino la escasez de comida, producto de aquel invierno inexplicable. Disturbios y saqueos se suscitaron en Gran Bretaña, Francia y nuestra natal Suiza, donde el gobierno declaró emergencia nacional debido al hambre. El suelo napolitano nos prometía un mejor panorama.
Pensamiento Congelado
(Lunyzbreid López)
Cientos de horas de viaje nos llevaron a uno de los extremos más aislados del mundo, La Antártida. Aunque podía anticiparlo, uno siempre cree que nada le pasará y que se regresará al hogar. Que ilusión tan equivocada.
Los paisajes blancos eran algo a lo que estaba acostumbrado, pero solo en invierno. Aquí el invierno es eterno y no da tregua a nuestros cansados huesos. Se filtra a través de capas y capas de ropa, sin importar lo que haga para calentarme.
Lo peor es cuando hace viento. Aprendimos a protegernos con la misma nieve para reforzar las precarias tiendas de campaña. Al menos era un frío más tibio el que sentíamos detrás de los bloques de hielo. Mis compañeros y yo temblábamos. Mis pies se sentían ajenos, habían dejado de dolerme. Por momentos pensé que no amanecería vivo, y estoy seguro de que a ellos también les pasó por la mente, y fue tanto el pensamiento que uno por uno volvimos realidad nuestra imaginación.
Justo un mes después de nuestro decepcionante encuentro con la bandera de Noruega, señalando nuestro fracaso en ser los pioneros, perdimos al primero de nuestro equipo de cinco, un mes más tarde quedamos tres. Pobre Oates, él fue la voz de la razón que me negué a escuchar varias veces, y además se sacrificó por nosotros.
Hace un par de días tuve que dejar de escribir, pues cuando lo intenté, mis manos demostraron ser torpes pedazos de carne ennegrecida. Nadie sabrá que hoy dejé de ver la neblina de aliento de otro compañero, solo quedamos dos y me pregunto si seré el último.
La ventisca incesante nos mantiene atrapados, pero, aunque se detuviera en este instante, no creo poder caminar; el hambre nos agobia. Y pensar que estamos relativamente cerca del punto de abastecimiento, el clima y nuestra falta de energía hace que sea inalcanzable.
Al menos logramos los objetivos de explorar y aprender de esta zona tan agresiva del planeta, pese a todas las malas decisiones que tomamos. De nosotros solo sobrevivirán las palabras escritas, si es que alguien las encuentra.
Por favor déjanos, abajo en los comentarios, tu opinión o compártenos qué se te hubiera ocurrido en base a la imagen. Ten en cuenta que hay que asociarlo a algún evento histórico.
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