Caballo con cuernos

El tema que nos unió en esta entrevista fue el de realismo urbano o ficción urbana. Nuestro invitado fue Yadir Gómez. Él es diseñador gráfico, escritor y fundador de la editorial Libre e Independiente. La imagen aleatoria que utilizamos como semilla de nuestras historia fue la de un caballo con cuernos.


Caballo con Cuernos

Por Yadir Gómez

Emilio tenía un taller donde fabricaba objetos fantásticos. Entre todo lo extraño y oscuro amontonándose en el almacén, existía un diminuto caballo metálico con alas, patas astilladas y cuernos de alce; medía cerca de medio centímetro. «Es la primera obra de mi viejo», respondió Emilio, una vez, a la pregunta que no hice. A esa pieza no le veía nada especial, ni siquiera se movía como las otras; ¿para qué ponerle alas si no podía alzar vuelo?; era inútil, sin gracia, demasiada chiquita, fácil de perder; no le encontraría comprador —conozco el negocio—, por eso nunca se la pedí. El valor sentimental que le daba Emilio, me tenía sin cuidado. Nuestro acuerdo era simple: él creaba, yo vendía, punto. El negocio se vino abajo cuando Emilio abandonó el taller. No había a quién preguntarle sobre su paradero. El taller está en cierta zona desértica de Lima; soy el único que conoce las coordenadas exactas. Fue una de las condiciones impuestas por Emilio, entre otras: nunca indagar en su historial, lo que incluye mi participación en este episodio. El día que me cansé de buscarlo, ya hundido en la bancarrota, vi algo sobrevolar mi cabeza. Yo me encontraba en las inmediaciones de la plaza San Martín, fumando un cigarro bajo la sombra de un pórtico. No estoy seguro si ese algo tuviera alas o simplemente saltara de un lado para otro a modo de pulga. Recuerdo, eso sí, que me raspó la frente y me dejó una línea de sangre, además de una deuda en compromisos de ventas. De camino a casa, seguí sangrando.   


Tracción a Sangre

Por Lunyzbreid López

Pasaron quince minutos sin moverse, ni un centímetro. Necesitaba llegar al hospital central o su hermano moriría desangrado. La discusión con un hincha del equipo contrario le dejaría una gran cicatriz, si acaso lograba sobrevivir para que el cuerpo tejiera ese recuerdo en la piel.

—¿Cuánto falta? —preguntó el lesionado, mientras su hermano presionaba la herida con un polo olor a cusqueña de trigo.

—No mucho, pero el tráfico es fatal… uy, perdón, no quise… es decir, es fuerte. Han cerrado calles, rompiéndolas para recordarle a los votantes que algo hacen con los impuestos —dijo Arturo, el hermano.

—¡Qué oportuno! A poco de las elecciones. Así son… Hermano, siento que me voy a desmayar.

—¿Señor, no puede buscar otra ruta? —preguntó Arturo, casi gritando.

—¿No ven que estamos atascados? No puedo volar. ¿Por qué no pidieron una ambulancia? ¿Quién de ustedes va a pagar por desmanchar la tapicería? Es más, deberían bajarse —dijo el conductor del Uber.

—Bueno, señor, lo más importante es no perder una vida. ¿No le parece? Si nos movemos, se desangra mi hermano. Además, con el juego de fútbol ni la policía llegaba.

El conductor se limitó a ver por el retrovisor, bufar y balbucear unas maldiciones que solo él pudo oír.

El sonido del desespero saturaba el aire con un coro inarmónico del claxon de múltiples vehículos. La idea de que a mayor ruido más rápido se llega, parecía ser la creencia común. A pesar de ello, otro sonido se abrió paso por su extrañeza.

Unos cascos chocando contra el pavimento se escuchaban cada vez más cerca, galopando por el espacio entre los carros. Arturo lo notó y se preguntó, «¿qué hace este animal aquí?».

Mucho más atrás, alguien corría y gritaba, «¡Cascabel! ¡Párate!».

El caballo, con una silla de montar con motivos navideños, disfrazado de reno, con cuernos y todo, avanzó hacia el Uber donde iban los dos hermanos. Arturo abrió la puerta y el animal, ante el obstáculo, aminoró el paso. Él tomó las riendas con rápida lentitud para no asustarlo.

—¡Vente! —dijo Arturo a su hermano, llamándolo con la mano.

—Bueno, ¿no que me desangro si me muevo?

—Si te quedas, también.

Como mejor pudieron, se subieron al caballo y galoparon hacia la sala de emergencia.

El comercial navideño, con un reno falso fugado, fue el golpe de suerte en una ciudad donde cualquier cosa es posible, y en la que un caballo de fuerza resulta más potente y rápido que los encerrados en una máquina con ruedas.


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