El ejercicio creativo durante la entrevista, lo hicimos basándonos en una imagen escogida aleatoriamente que resultó ser la de una escalera exterior con barandilla de seguridad, pero el ambiente alrededor dio para pensar en algo más bien espacial.
Nuestro invitado fue Ajedsus, escritor y poeta con formación científica. Sus libros favoritos fueron escritos por las mentes de grandes autores de ciencia ficción, como lo indica en el video.
El Peligro
La revisión de rutina a las afueras de la Estación Exoplanetaria Internacional era una labor importante para tener en óptimas condiciones a los paneles solares que se alimentaban de la radiación que emanaba la colosal Próxima Centaury.
Siempre nos colocábamos el traje reglamentario; casco, tanque de oxígeno lleno y nuestra célula de energía a tope. Una vez listos salíamos a la deriva espacial. Una simple cadena de grafeno nos protegía de salir disparados hacia lo desconocido, a esa negrura total y asfixiante. Qué tan magnético podría ser el vacío al flotar en el.
Muchos se quejaban que en algunas ocasiones enigmáticos objetos de luz merodeaban cerca de las escaleras y barandales de prevención que bordeaban a la nave.
Una vez dos astronautas habían salido expulsados al espacio por una extraña razón, solamente se lograban ver en las cámaras, cómo un portal luminoso aparecía repentinamente para luego desaparecer junto a los ingenieros.
Aunque el Sistema Centaury se contemplaba sin rastros de vida inteligente y ni señales de radio existentes, alguna extraña forma hostil aparecía acosando cerca de la estación.
Ante el siniestro dimos la alerta a la base de monitoreo que se encontraba a algunos años luz cerca del Sistema de Kepler. A pesar de pedir auxilio por el acoso de aquellas inusuales luces, la ayuda tardó mucho en ser otorgada. Tal vez los rayos cósmicos retrasaran la comunicación o simplemente éramos ignorados.
Tratamos de no salir al exterior pero eso no fue suficiente, pronto llegó el momento el momento en que ese grupo de esferas de energía se materializaron dentro de la cabina de la estación. Ante nuestro desconcierto, no pudimos hacer más. ¿Qué diablos eran esas cosas? ¿OVNIS o alguna sonda alienígena? De un momento a otro junto a los compañeros de la base fuimos absorbidos por los orbes luminosos y nuestras existencias fueron transportadas en algún lugar fuera del espacio y tiempo. Suspendidos frente a los ojos de una supernova gigantesca, perdida en una dimensión más allá de nuestra comprensión.
Entre dimensiones
Cuando entró a la cabina del laboratorio de teleportación, encontró la escotilla del prototipo abierta. Un descuido imperdonable y peligroso si alguien lo llegaba a activar sin supervisión.
Aparte de eso, Enzo no vio nada fuera de lugar, excepto por la ausencia de su compañera. Una tripulante encargada del mantenimiento de los instrumentos en el laboratorio espacial.
—Anya, ¿dónde estás? La última vez que te vi venías hacia acá —dijo Enzo en voz alta. Aunque en aquel confinamiento no era necesario alzar mucho la voz para ser escuchado de un extremo a otro entre módulos contiguos.
Hasta el momento, habían podido enviar materiales elementales puros, de poco volumen, a una dimensión artificial creada por accidente. Su misión era establecer un puente interdimensional confiable con el que esperaban sentar las bases para teleportar algo más que fotones y uno que otro objeto entrelazado con mayor complejidad que los anteriores.
Enzo se asomó por la escotilla y al fondo vio un menisco, como el que se forma en un vaso con líquido, pero con una densidad nebulosa, cosa que nunca antes se había creado espontáneamente. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el maletín de herramientas de Anya estaba adherido con velcro a la pared interna, dentro del cilindro del prototipo.
De inmediato, retrocedió y revisó en un panel el status de los localizadores de los ocho tripulantes. Solo había siete. Filtró la información y le hizo seguimiento a la señal de Anya desde el momento cuando la vio por última vez. Su señal se había extinguido casi una hora antes de cuando llegó a buscarla.
—Comandante, tenemos un problema —avisó Enzo por el intercomunicador.
—¿Qué pasa? Dile a Anya que la necesitamos aquí para que revise los medidores de oxígeno. Para eso te pedí que fueras por ella.
—Justo se trata de ella. No está en la estación.
—¿De qué hablas? ¿Tuvo que reparar algo afuera? ¿Por eso no respondía?
—Creo que hubo un accidente con el prototipo. Está activo y el localizador de Anya no es detectable. Ella tenía que hacer unos ajustes a los sensores dentro del cilindro y solo encontré sus herramientas.
—¡No puede ser! Voy para allá. Ni siquiera sabemos si en esa dimensión se pueda sobrevivir.
El comandante, Enzo y otros dos tripulantes se reunieron. Enzo buscó la grabación de la cámara que cubría el interior del prototipo.
En el video observaron que Anya entró al cilindro, y, mientras calibraba unos sensores, se formó una capa transversal de neblina. Concentrada en lo que hacía, siguió trabajando. Aquella capa se expandió y le envolvió las piernas. Se sujetó de inmediato a una baranda cuando su cuerpo fue halado con la facilidad que la ausencia de gravedad permite. Sus músculos contraídos y rostro tenso, fueron evidencia de su lucha para intentar deshacer el último ajuste. Sin embargo, el sistema no había sido diseñado para que una medición lo activara, más bien lo contrario.
No tuvo oportunidad. Fue absorbida. Y al ocurrir, la neblina se contrajo y quedó como una película delgada que fue lo que vio Enzo al asomarse. Casi de inmediato, en el video, observaron un punto de luz láser intermitente que aparecía donde había estado Anya antes de esfumarse. Enzo dedujo que era clave Morse.
«No aire. Objetos teleport aquí. Funciona. Adiós. Avisar familia».
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