Peltones: apocalipsis mutante

S/3.99

¿Qué pasaría si un virus diera origen a una nueva especie de humanos?

Un accidente con un fósil en el Instituto Dierb abre el camino a un virus mutágeno, altamente contagioso, que se esparce como “polvillo de granito recién cortado” sobre la población mundial. 

Mónica De Vrie, una científica destacada poseedora de una genética sin par, desea salvar a la humanidad, pero ante todo a su hijo. Ella tiene que sopesar las opciones que ponen en conflicto su maternidad y la ciencia.

Sobrevivientes sanos se encierran en fortalezas y refugios con la esperanza de que la amenaza se auto consuma, pero eso está muy distante de volverse realidad. La pandemia caníbal se convierte en algo más.

¿Estaremos defendiéndonos solo de un virus, otra especie o de una versión más aterradora de nosotros mismos?

(Segunda Edición)

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Descripción

INTRODUCCIÓN

 

En la incansable investigación de la evolución humana, los científicos han encontrado múltiples restos que dieron las pistas para entender que no había una sola línea evolutiva, sino que varias especies humanas compartieron la Tierra al mismo tiempo. Uno de estos científicos era el doctor Augusto Wood (PhD en Genética Evolutiva).

El doctor Wood estuvo trabajando con huesos de varios individuos encontrados en una cueva gélida de la Isla Peltonen, cuyas condiciones habían permitido la preservación de tejidos intactos.  En particular, en un fémur cortado a la mitad longitudinalmente, halló el tuétano aparentemente fresco y sin degradación.  Analizando las muestras, descubrieron que se trataba de una especie humana sin identificar. Todo un hallazgo del equipo de paleontología del Instituto Dierb.

En la zona, fuera de la cueva, encontraron una fosa común; los huesos tenían evidencias de abrasiones que se correspondían con dientes.

Al principio, se presumía que habían muerto atacados por algún animal, pero análisis posteriores encontraron coincidencia con el perfil dental de sus congéneres. Esto llevó a inferir que los homínidos habitantes de la isla padecieron escasez de alimentos y recurrieron al canibalismo, lo que eventualmente los llevó a la extinción.

Un día, durante la manipulación de la muestra, una astilla del hueso atravesó su guante y le produjo un pinchazo en la mano. Nunca le había pasado algo como eso, porque la cortadora era muy precisa, pero a pesar de que la muestra estaba en perfectas condiciones, el hueso se astilló.

Sin preocuparse, siguió el protocolo del laboratorio: Desinfectó la herida, la cubrió, tomó una muestra de sangre para que la analizaran, cambió de guantes y siguió trabajando.  Al día siguiente, le dieron el resultado de que todo estaba bien, no había señales de infección bacteriana.

Luego de algunas semanas, comenzó a notar unos cambios en su cuerpo, y sentía un dolor de cabeza punzante que no parecía aliviarse con ninguna pastilla. Una mañana, al verse al espejo, halló que su frente a nivel de las cejas estaba ligeramente prominente. Al tocarse, creyendo que era una inflamación, descubrió que tal protuberancia parecía ósea. En ese momento, no se detuvo a pensar mucho, pues estaba en medio del ajetreo matinal.

Antes de que su esposa y él salieran a sus respectivos trabajos, mientras bromeaban, la cargó y le resultó ligera como una pluma. Sin embargo, sintió dolor en las articulaciones. Apenas con treinta y cinco años de edad, sin haber tenido nunca una lesión, excepto por el túnel carpiano de tanto escribir en la computadora, resultaban muy extrañas tales dolencias. Estos cambios no habían sido inmediatos, solo que ese día alcanzaron el punto de ser notorios.

En el trabajo habló con sus colegas, quienes, junto a él, continuaban estudiando la muestra de la especie que bautizaron como Homo peltonensis (basado en el nombre de la isla donde encontraron los fósiles). Luego de comprobar, mediante resonancia magnética, que en efecto había sufrido una alteración ósea, muscular y articular, le hicieron una prueba completa al ADN de Wood para conseguirle una explicación a los cambios.  Los análisis arrojaron un preocupante resultado: su material genético había cambiado, asemejándose al del fósil que habían estado analizando.

No hubo más cambios durante los cinco años posteriores.  En ese tiempo, él estuvo buscando la manera de revertir los efectos, para al menos aliviar la artritis, pero no tuvo éxito, no le quedó más que tomar el mismo tratamiento que recibía su abuelo.

Tanto él como su esposa, decidieron cuidarse para no tener hijos, pues se temía que la condición de Augusto fuera hereditaria. Aun así, se embarazaron.  Pensaron en interrumpir el embarazo, sin embargo, las primeras pruebas habían arrojado que el feto era 100 % Homo sapiens.

El embarazo llegó a término. El bebé nació saludable, no había nada que indicara lo contrario.

Un día, cuando el bebé ya tenía siete meses, mientras era amamantado, mordió el pezón de su mamá, al punto de dejarle una herida.  Semanas después, su mamá comenzó a experimentar cambios similares a los sufridos por el doctor Wood, con el agravante de un aumento en su voracidad, acompañado de mayor desarrollo muscular y disminución de sus habilidades cognitivas.  Sus síntomas se estabilizaron, pero se había afectado su personalidad.

El doctor Wood llevó a su esposa e hijo al laboratorio, donde trabajaba, para aislarlos y realizarles varios análisis. Allí descubrieron que había nacido un “virus mutágeno”. Denominaron peltonenismo a la enfermedad que producía, transmisible seguramente de la saliva del portador a alguna herida del contagiado.  Éste provocó una mutación más severa en el ADN de Alicia Wood, mas en el bebé, no había ningún cambio, solo era portador.

Poco tiempo pasó para que se les destruyera la ilusión de tener todo controlado.  Varios amigos de los Wood llamaron a Augusto para decirle que estaban teniendo cambios extraños y que sospechaban estar pasando por lo mismo que él pasó.   Ninguno había sido mordido por el bebé, pero su esposa había estado resfriada durante la visita de esos amigos, cuando ella aún no presentaba signos del virus, solo los de un resfriado común.

Según las entrevistas realizadas, ninguno de esos amigos había tenido alguna herida abierta durante su visita, ni los había mordido el bebé. Dedujeron que el mutágeno se habría tornado aeróbico.

El doctor Wood solicitó a sus amigos aislarse de inmediato y usar tapabocas. Trató de tranquilizarlos explicándoles que no era nada grave, pero que se iba a ver ligeramente afectado su aspecto. Evitó contarles sobre la profunda transformación experimentada por su esposa.

Hasta antes de las llamadas de los amigos de los Wood, habían sido optimistas, creyendo que se trataba de algo excepcional y que no ameritaba hacer ruido al respecto.  Los únicos en conocimiento de lo que estaba pasando era el personal del laboratorio y el gerente del área, el doctor Temin. No obstante, debido a los últimos eventos tuvieron que escalar el problema. Ello creó un gran revuelo y saltaron acusaciones de negligencia por todas partes.

Los amigos de los Wood y los Wood, fueron llevados a “Fuerte Riviera” donde trabajaban investigadores asimilados en la Marina, bajo administración militar, para ponerlos en cuarentena. Solo a Wood le permitían circular libremente, pero no tenía permitido salir del edificio.  Todos fueron interrogados y armaron un listado de las personas que habían estado en contacto con ellos.  Seguirles la pista no era trivial, pues los síntomas del virus tardaban en manifestarse, y no podían recordar a cada persona con quienes se reunieron presencialmente a lo largo de semanas.

Los teléfonos particulares y de trabajo, de todos ellos, estaban intervenidos. Fue así como se enteraron de más casos.  El virus se aprovechaba de enfermedades contagiosas comunes como la gripe, para ir de polizón en las partículas de saliva, ya que él mismo no generaba reacciones como el estornudo o la tos.  Sin embargo, no todos en una misma casa desarrollaban los síntomas, su sistema inmune podía ganarle al virus. Aunque eso no los libraba por siempre, pues, como el virus de la influenza, éste también mutaba, no siempre estarían a salvo.

No había recursos asignados para un gran despliegue preventivo, aunque ya se contaba con decenas de casos reportados de peltonenismo.  Lo único que hicieron, así como con los amigos de los Wood, fue pedirles que se abstuvieran de viajar y que anduvieran con tapabocas, recomendándoles además que no compartieran cubiertos, ni vasos, para evitar contagiar a otros.

Con el paso de los días, se comenzaron a conocer casos fuera de la ciudad, así que involucraron a los líderes políticos para buscar su apoyo, tal que aprobaran el presupuesto para una campaña informativa.

Algunos accedieron a la petición y se facilitó la comunicación por radios locales. Por televisión solo les permitieron transmitir un mensaje de concientización sobre enfermedades contagiosas en general, pero fuera de contexto, ya que no autorizaron ser específicos al explicar la razón tras el mensaje. Debido a ello, poca importancia le dio la audiencia.

Seguían apareciendo casos, y a pesar de eso, como no consideraban que las consecuencias eran graves, la atención fue insuficiente. Entonces, los colaboradores más jóvenes del laboratorio del Instituto Dierb, aprovechando que no estaban bajo observación de los militares, difundieron la información sin censura por la Red Global.  Explicaban los síntomas y signos, para que la gente les contactara si los tenían, además de darles pautas de prevención.  Así se dieron cuenta de que no eran decenas de casos, sino miles y ya estaban reportándolo desde otros países.

Los únicos que no experimentaban nuevos cambios eran el doctor Wood y su hijo. El bebé no representaba un riesgo a menos que mordiera a alguien, estaba sano, pero aun así lo tenían aislado con acceso restringido. Alicia Wood, por otro lado, se había vuelto más agresiva y fuerte, los amigos de la familia iban por el mismo camino.

Dadas las circunstancias, no le permitieron a Alicia tener más contacto con su bebé.  Ello no la hizo feliz. La separación disparó algo en ella. Su ingesta de comida iba en aumento, el cuerpo se lo pedía, sobre todo proteínas. Su metabolismo se había acelerado por encima de rangos normales.

Una madrugada, el doctor Wood, ya acostumbrado a levantarse muy temprano cuando escuchaba a su bebé llorar mediante el monitor, o porque simplemente iba a darle una vuelta; le preparó el biberón y luego fue a verlo.  Vio que no se movía, y por ello encendió la luz. Solo encontró a su peluche debajo de la sábana.  Pensó que, tal vez, alguno de sus colegas en turno le estaba haciendo una prueba como ocurría ocasionalmente. Caminó hacia donde seguramente estarían con su bebé para reclamarles que no le hubieran avisado, otra vez.

Al pasar frente a la habitación donde tenían encerrada a su esposa, notó que la puerta estaba abierta. La cerradura estaba rota, la habían arrancado. Al entrar, vio a su esposa de espaldas, acurrucada en una esquina con un charco de sangre a su alrededor.  Se preocupó y con cautela le puso una mano en el hombro. “¿Qué te pasa amor?” le preguntó.  Ella giró la cabeza para verlo, brotaba un torrente de lágrimas de los ojos, era un llanto silente. Poco a poco se fue girando por completo, aún en cuclillas.

Augusto vio horrorizado una masa ensangrentada, parecía que ella sujetaba sus propias vísceras con ambas manos. Él intentó evitar que se pusiera de pie, sería peor, pero la presión que impuso en ambos hombros para obligarla a quedarse donde estaba, no fue rival para la fuerza de las piernas de su esposa.

Al ponerse de pie, parte de lo que sostenía alcanzó el suelo. Él vio hacia abajo. El invierno visitó su cuerpo, se le bajó la tensión, sentía náuseas y cayó arrodillado frente a ella. “Mátame”, le rogó Alicia.

Al suelo había caído lo que quedaba de su hijo, devorado por su propia madre.  A partir de ese día, supieron que el mundo cambiaría.

 

 

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