Hoy es un día muy especial. Mi hijo menor está cumpliendo cien años. Cuando nació, si alguien me hubiera dicho que iba a vivir para ver este día, estoy seguro de que no le habría creído.

Este no es solo un día especial sino también un lugar especial. Todos estamos sanos, viendo crecer a nuestros tátara-tataranietos. Me sorprende que solo dos personas puedan ser la fuente de vida de más de cincuenta descendientes.

No es de extrañar por qué deberíamos morir, los más viejos no estamos liberando espacio. Sé que deberíamos habernos controlado, pero se nos hacía increíble el que llegáramos a vivir tanto tiempo. Ninguno de nosotros lo tomamos en serio hasta que cumplí cien años, el primero en llegar a esa edad. Desde que me mudé aquí, con otras tres familias, no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve un resfriado o una gripe.

Estamos en una isla; por lo tanto, los recursos y el espacio son limitados. Todavía podemos morir de hambre y sed; sin embargo, la enfermedad no está entre nuestros problemas. A menos que tengas una enfermedad congénita, puedes seguir viendo todos los amaneceres mientras que el cuerpo resista.

El origen de nuestra bendición maldita fue una mujer extraña. Ella vino a mí un día cualquiera, alegando que tenía un lugar especial donde la gente podía vivir cien años garantizados. Lo que no mencionó es que después, no envejeceríamos más, es decir, “por siempre viejos”. Bueno, es una exageración, no somos inmortales, como ya he implicado.

Todo lo que prometió se veía genial, a pesar de mi incredulidad, mi esposa y yo decidimos intentarlo, junto con nuestros tres hijos. Cuando llegamos a la isla, conocimos a otras dos familias con tres hijos cada una. Nuestros motivos eran diferentes, pero nos abordaron de manera similar. Debería haber sabido que había una trampa.

A pesar de nuestra condición de inmunidad ante enfermedades, ninguno de nosotros se salvaría de los problemas de degradación por envejecimiento. Artritis, orejas y nariz más grandes, los efectos de la gravedad sobre lo que cuelga, hinchazón de manos y pies, olvidar las cosas con mayor frecuencia, todo eso también estaba garantizado. Lo bueno es que la mayoría de nosotros seguimos con las treinta y dos piezas en la boca, gracias a que no podríamos tener caries ni queriendo, incluso si durmiéramos con la boca llena de pastel o azúcar puro.

Ahora no puedo correr ni saltar, no les gusta a mis rodillas, pero trato de mantenerme en forma, en una constante batalla contra la pérdida de masa muscular.

Durante los últimos treinta y cinco años, hemos estado luchando por mantener los suministros al día con el consumo, pero nadie en sus años reproductivos dejó de multiplicarse. En este punto, los más jóvenes son todos familia: primos. Han venido replicando lo que han visto: crecer, enamorarse y tener hijos, sin otra preocupación que su satisfacción. Sin embargo, no es la endogamia lo que más me inquieta.

Cuando llegamos, el lugar era el paraíso. Había árboles frutales: cocos, papaya, naranja, mangos. Disfrutábamos de la sombra de los árboles durante un día soleado, el aire limpio, el agua limpia, abundantes peces, el suelo era fértil, cualquier cosa podía crecer. Nuestros deseos se habían hecho realidad.

Hoy, nos estamos quedando sin recursos, sin espacio y hay contaminación que hemos causado.

El futuro no se ve bien. ¿Qué pasa si agotamos lo que nos da esta isla?, incluso los peces se están volviendo difíciles de atrapar. El mundo que nos rodea no está congelado como nosotros; no pueden traspasar la separación invisible que nos hace inexistentes para ellos, pero nuestro mar se ve afectado por lo que hacen.

Aquí, somos más de doscientas personas, sobreviviendo. Nuestras heces ya no se pueden ignorar cada vez que sopla el viento del noreste. Como resultado de años y años de llenar un gran agujero con ellas, junto con todos los desechos orgánicos arrojados allí, el mal olor y la contaminación están alcanzando niveles récord. Nuestra ignorancia e indiferencia hicieron que no prestáramos atención a hacer las cosas bien.

Cualquier observador externo habría previsto lo que vendría. No hemos producido contaminación artificial, no hay fábricas aquí, sin embargo, llegaba basura que generalmente se extendía a lo largo de la costa este, traída por las mareas. Al menos no tenemos la culpa de eso. De esa basura, tomamos lo que parecía útil, pero también tomamos lo que necesitábamos de la isla sin pensar, como si no hubiera un mañana.

Como no se nos permitió traer nada más que las cosas con las que llegamos, después de algunos años de agregar personas a nuestra población, no había suficiente ropa para todos. Nosotros, los centenarios, hemos renunciado a toda nuestra ropa, excepto el mínimo para seguir decentes. Los pequeños están todos desnudos. Las niñas y las mujeres han optado por la moda en topless, así que, cuando dije decente, quise decir con nuestras partes inferiores cubiertas. Algunos de nosotros todavía tenemos zapatos, pero solo se usan para fines específicos. Andar descalzos es lo normal en la isla.

Los árboles que talábamos para construir nuevas casas no se reponían al mismo ritmo. La disponibilidad de alimentos disminuyó como consecuencia, también porque ningún animal a nuestro alcance sobrevivía.

Nuestra isla era verde por todas partes; ahora solo la Montaña Verde en el centro de la isla, es verde. Convertimos los verdes a marrones, los claros a borrosos, y los frescos a apestosos.
Hemos entrado a un vórtice, caemos en barrena pero en cámara lenta.

Mi hijo es el último en cumplir cien de los que vinimos originalmente aquí. Ahora los dos nos vemos como hermanos, casi como gemelos. A partir de hoy, somos de la misma edad física. No sabemos si el próximo que llegue a cien, en quince años, tendrá los medios a su disposición para sobrevivir.

¿Terminaremos todos como caníbales? Me pregunto. No debería pensar en esto ahora mismo; debemos celebrar el cumpleaños de mi hijo.

Les dije a nuestros adolescentes que recolectaran comida, que recogieran ramas, que hirvieran un poco de agua, que mataran al último mono mientras los niños decoraban el lugar, usando nácares y piedras.

Cuando era más joven, pensaba que el futuro estaba en manos de nuestros descendientes, principalmente porque estaba seguro de que habría muerto para cuando llegara su turno. Sin embargo, esto no resultó como esperaba. Estoy viviendo mis consecuencias.

Nuestros hijos han copiado lo que aprendieron de nosotros. Aunque siempre hay un «mutante» que ve las cosas de manera diferente, aquel que advirtió a los mayores que se detuvieran. Ese que no escuchamos.

Aquí estoy, en una fiesta de cumpleaños, comiendo el último mono en una sopa. Mis tataranietos están construyendo una nueva casa con un árbol que cortaron recientemente. Mi tataranieta «mutante», que decidió no tener hijos (nunca) está jugando con sus sobrinas y sobrinos. Ella está atrapada aquí como el resto de nosotros; incluso cuando ella trató de guiarnos, de hacernos cambiar, de que fuéramos más inteligentes, tendrá a nuestro destino como el de ella. Ella quería hijos, pero gracias a su sacrificio, el resto tendrá la porción de comida y espacio que habría consumido si hubiera seguido nuestro camino.

Somos demasiados. Deberíamos habernos detenido. Necesitamos parar, para encontrar el equilibrio.
Felices 100 años querido hijo. Espero que no seas el último centenario. Tal vez mi carne tendrá otro propósito para alimentar a los míos antes que a los gusanos.

Categorías: Ficción

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